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Hippidion y Amerhippus, los verdaderos caballos americanos extintos y sus fósiles.

Articulo divulgativo; Por Mariano Magnussen Saffer, Laboratorio Paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar. Función Azara. Grupo Paleo. marianomagnussen@yahoo.com.ar

Tomado de:  Magnussen, Mariano (2022). Hippidion y Amerhippus, los verdaderos caballos americanos extintos y sus fósiles. Paleo, Revista Argentina de Divulgación Paleontológica. Año XV. Número 153. 29-33.

Mucho antes de que los conquistadores introdujeran el caballo, existió el caballo americano, que llego a Sudamérica hace algo más de 2 millones de años, y se extinguió hace apenas 8 mil años antes del presente. parecido, pero no igual.

Es bien conocida la historia de la llegada de caballos a nuestro continente por medio de los primeros conquistadores en el siglo XVI. Pero mucho antes, existieron dos géneros de caballos americanos, hoy totalmente extintos, el Hippidion y el Equus (Amerhippus), cuyos restos fósiles son frecuentes en distintas partes de América, sobre todo, en las pampas argentinas.

El 23 de mayo de 1493 comenzó la historia del caballo (moderno) en América con un escrito de los Reyes Católicos, quienes ordenaban el envío al Nuevo Mundo de 20 caballos y cinco yeguas escogidos en el reino de Granada. Estos caballos llegaron a América gracias a Cristóbal Colón quien, en su segundo viaje, los llevo con él. En la región del Río de la Plata fueron introducidos por Pedro de Mendoza en 1535. Los mismos eran según los testigos 42 ó 72, los cuales lograron reproducirse con gran rapidez debido a los escasos predadores de gran tamaño que quedaban. Estos caballos europeos se convirtieron en cimarrones, es decir, de domésticos pasaron a formar grupos salvajes.

También en 1541 Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, llevó caballos a Asunción del Paraguay. Asimismo, otros llevaron caballadas hasta Tucumán desde el Perú. Ya en 1580, Juan de Garay da cuenta de la gran cantidad de estos animales en las praderas pampeanas.  En esos tiempos los grandes beneficiados con la introducción de caballos fueron las tribus nómades americanas que recorrían el territorio a pie. El uso de los equinos cambió y mejoró sus vidas de un modo notable.

Posiblemente el caballo europeo desplazo de su nicho ecológico al guanaco (Lama guanicoe), que hasta el siglo XVI era muy común en la región pampeana. El primer registro de un caballo fósil sudamericano fue el molar superior descubierto por Charles Darwin cerca de Bahía Blanca (Provincia d Buenos Aires), al que Richard Owen identifico en 1840, y lo denomino Equus caballus (la especie actual), y más tarde lo denomino Equus curvidens.

<<<Hippidion. Por Daniel Boh.

Pero en realidad, los verdaderos caballos americanos vivieron en América el Sur desde el Gran Intercambio Biológico Americano, hace algo más de 2 millones de años, y se extinguieron según las dataciones radiocarbonicas hace unos 8 mil años antes del presente, siendo los equinos, uno de los primeros mamíferos ungulados que invadieron estas tierras.

Este fenómeno geológico y biológico ocurrido en lo que hoy conocemos como istmo de Panamá, que conecto ambas américas, lo que produjo un importante flujo de migraciones faunísticas.

Uno de los tantos invasores fue Hippidion (que significa 'caballito'). Fue un género extinto de caballo endémico de América del Sur, es decir, que sus antepasados eran del hemisferio norte y en Sudamérica desarrollo características distintas y propias. ​Todas las especies del género Hippidion, tenían el tamaño aproximado de un burro actual. Además de proporcionalmente la cabeza más grande, y la particularidad de poseer una protuberancia en su frente, reforzada por el hueso nasal. Además, los cráneos contienen sendos huecos delante de los ojos, siendo posible que alojaran glándulas de algún tipo, tales como tienen algunos ciervos para frotarse en los árboles y marcar su territorio.

Los restos más antiguos conocidos corresponden a Hippidion proceden del Plioceno tardío de Uquía (Jujuy, Argentina).

El anterior genero paralelo y contemporáneo a este, era Onohippidium. En realidad, se trataba de ejemplares machos de la misma especie. Hasta hace unos años se los clasificaba como otro género, hasta que se llegó a esa conclusión de su dimorfismo sexual.

<<< Esqueleto de Hippidion en el Museo Argentino de Ciencias Naturales de Buenos Aires.

Este género es muy conocido desde el norte de Colombia hasta el sur de la provincia de Buenos Aires y zonas más australes (Patagonia Argentina y Chile). De acuerdo a las recientes teorías de algunos paleontólogos, este género estaría emparentado con Pliohippus y Dinohippus del Plioceno de América del norte. 

Hippidion principale es además la especie tipo del género Hippidion y la más grande. La especie fue descrita originalmente por Peter W. Lund en el año 1845. ​ Lo hace bajo el nombre de Equus principalis, mediante un molar superior derecho que provenía de las cavernas de Lagoa Santa, en el estado de Minas Gerais, Brasil. El tipo estaba depositado en el Zoologisk Museum de Dinamarca, aunque hoy en día está perdido.

Medía 1,4 metros de altura hasta los hombros. Su longitud era de 2 metros y pesaba en alrededor de los 250 kilogramos. Su aspecto general era similar al de una cebra, es decir, era más robusto y pequeño que los caballos domésticos.

Evidencias morfológicas, como la delicada estructura de los huesos nasales y diferencias anatómicas de las extremidades, sugiere que Hippidion evolucionó aislado de otras especies de caballos de América del Norte, y que pertenece a un tipo de caballos distinto a los actuales, lo cual, luego de varios debates sobre la valides del género, y por medio de los estudios del genoma mitondrial, se lo considera un género valido.

Caracteres craneales y anatómicos sugieren que este género no prefería tanto las llanuras abiertas como su pariente Equus (Amerhippus), al parecer Hippidion estaba mejor adaptado a ambientes cerrados, como bosques y estepas arboladas, donde se alimentaba de vegetales tiernos, favorecidos por un clima más frío y húmedo. Probablemente fue depredado por grandes carnívoros placentarios como félidos dientes de sable (Smilodon) y cánidos sudamericanos como Protocyon y Theriodictis, o por el oso de cara corta Arctotherium.

Evidencias arqueológicas recolectadas en la región patagónica de Chile y Argentina, en localidades como la Cueva del Milodón y la provincia de Santa Cruz, demuestran que Hippidion saldiasi sobrevivió en dicho territorio hace alrededor de 13.000 a 8.500 años, siendo este uno de sus últimos refugios. En cambio, Amerhippus, es otro de los géneros válidos para equinos sudamericanos. Se caracteriza por presentar una mandíbula robusta, y sus miembros monodáctilos macizos y cortos. El cráneo exhibe una cresta supraoccipital ancha, y una flexión craneal destacada. 

Equus (Amerhippus) se distingue principalmente de Equus (Equus) por la ausencia completa de la cavidad en forma de cono comprimido —llamado cartucho externo o cornete— situada en el extremo libre de los incisivos inferiores. Esto sería el resultado de una evolución regresiva, y trae como resultado la pérdida de esmalte en la superficie que aplica masticación.

El cúbito es más fuerte en Amerhippus que en otros subgéneros de Equus. Otros autores encontraron adecuado separar en un subgénero propio a los Equus sudamericanos pues todas sus especies poseen unas características extremidades más cortas y robustas, un cráneo más grande (en relación a las proporciones corporales), y la misma morfología dentaria.

El ambiente inferido para el género, abarca áreas abiertas de la región pampeana y brasileñas, que indicarían ambientes de pastizales xerofilos y suelos más compactados. En este sentido, los registros en Chile están limitados a la parte central y sólo a nivel genérico, por lo que las inferencias paleoambientales que se pueden obtener resultan poco precisas. Este animal pesaría unos 400 kilogramos y pastoreaba en la antigua región pampeana.

Es un subgénero del género Equus el cual agrupa a las cinco especies de dicho género de la familia Equidae, que vivieron en el Pleistoceno medio al Holoceno temprano de América del Sur, todas ellas se han extinguido.

Bibliografía sugerida.

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ALBERDI, M.T..; MIOTTI, Laura; PRADO, José L. (2001). "Hippidion saldiasi Roth, 1899 (Equidae, Perissodactyla), at the Piedra Museo Site (Santa Cruz, Argentina): Its Implication for the Regional Economy and Environmental Reconstruction". Journal of Archaeological Science 28 (4): 411-419.

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ALBERDI, M.T., PRADO JL, FAVIER-DUBOIS C (2006) Nuevo registro de Hippidion principale (Mammalia, Perissodactyla) del Pleistoceno de Mar del Sur. Revista española de paleontología, ISSN 0213-6937, Vol. 21, Nº. 2, 2006, págs. 105-114

AMEGHINO, F. 1888. Rápidas diagnosis de mamíferos fósiles nuevos de la República Argentina. Buenos Aires, Obras Completas, 5:471-480.

AMEGHINO, F. 1889. Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina. Actas de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba, 6:1-1027.

ATON, Michael. (1992). Dinosaurios y otros animales prehistóricos. Ediciones Lrousse Argentina S.AI.C.

CIONE, A.L. & TONNI, E.P. 1995a. Bioestratigrafía y cronología del Cenozoico superior de la región pampeana. In: Alberdi, M.T.; Leone, G. & Tonni, E.P. (Eds.), Evolución climática y biológica de la región Pampeana durante los últimos cinco millones de años. Un ensayo de correlación con el Mediterráneo occidental. Museo Nacional de Ciencias Naturales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Monografías, 12:47-74.

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Revelan de detalles de una madriguera del Plioceno de Miramar.

 Marcos Cenizo, Esteban Soibelzon y Mariano Magnussen Saffer.

Nota divulgativa de prensa.

Se dio a conocer el hallazgo y estudio de una antigua madriguera de 2,5 millones de años antes del presente, donde se recuperaron numerosos restos fósiles de animales, algunos ya extintos. El hallazgo fue realizado tiempo atrás en la ciudad bonaerense de Miramar.

Las investigaciones realizadas por Marcos Cenizo de la Fundación Azara, Universidad Nacional de La Pampa y Universidad Maimónides, junto a Esteban Soibelzon del Museo de La Plata, y Mariano Magnussen Saffer del Museo Municipal Punta Hermengo de Miramar, dieron a conocer un conjunto de fósiles inusuales encontrados dentro de una madriguera de finales del Plioceno en la ciudad de Miramar, Provincia de Buenos Aires, y publicada días atrás en la prestigiosa revista científica Historical Biology, An International Journal of Paleobiology

Los investigadores describen en un extenso estudio (en ingles) cuatro tipos de tamaño en general para madrigueras prehistóricas que se encuentran en el Plioceno al Holoceno (últimos 4 millones de años) de Argentina y Brasil, de las cuales la más grande está relacionada a un armadillo gigante extinto, identificado como Ringueletia simpsoni.

Este hallazgo realizado en la ciudad balnearia, contiene la mayor diversidad de vertebrados recuperados dentro de una madriguera de este tipo, incluyendo restos óseos de armadillos (Ringueletia simpsoni), zarigüeyas extintas (Thylophorops chapadmalensis), prociónidos (Cyonasua lutaria), anuros de hábitos depredadores (Ceratophrys) y roedores (Microcavia y Lagostomopsis), como así también, sorprendió la presencia de coprolitos (materia fecal fósil) y residuos escatológico desagregados.

Los investigadores de las instituciones participantes, sostienen por medio de estas evidencias descubiertas, que hace 2,5 millones de años, había “reocupación” de madrigueras es un comportamiento común en los mamíferos carnívoros pequeños, al menos desde principios del Plioceno.

Además, se sugiere una relación depredador-presa entre los carnívoros estudiados y los más abundantes pequeños mamíferos excavadores de la prehistoria en la región pampeana, época, en que la actual provincia de Buenos Aires y ciudad de Miramar ubicada  a orillas del océano atlántico, se encontraba en el centro continental a cientos de kilómetros de la costa marina de entonces.

Este y otros hallazgos, confirman una vez mas, el potencial paleontológico y científico de la región, cuyos estudios comenzaron en el siglo XIX y potenciados mundialmente por Florentino Ameghino.

Fuente fundamental.

Marcos Cenizo, Esteban Soibelzon & Mariano Magnussen Saffer (2015): Mammalian predator–prey relationships and reoccupation of burrows in the Pliocene of the Pampean Region (Argentina): new ichnological and taphonomic evidence, Historical Biology, DOI: 10.1080/08912963.2015.1089868.


Flores fósiles de Patagonia al mundo.

Por Ari Iglesias y Mauro Passalia. Paleontólogos del INIBIOMA (CONICET-UNCO)

Muchas fueron las flores encontradas en los últimos años, las cuales dieron mucho que hablar.

Las flores son órganos vegetales especializados para la reproducción sexual. Como poseen una vida corta, sus pétalos, estambres y consisten en estructuras delicadas, ya no requieren tener tejidos duraderos. Por esta razón, es muy difícil que las flores se preservan como fósiles.

De hecho, es mucho más frecuente el hallazgo de leños, semillas con cubiertas duras e incluso hojas en el registro fósil. No obstante, bajo ciertas circunstancias, las flores también pueden preservarse como fósiles. Por ser órganos muy especializados, el estudio de las flores constituye una herramienta fundamental para la clasificación de las plantas tanto actuales como fósiles.

En los últimos años se han hallado nuevas flores en estado fósil en rocas de diferentes edades en Patagonia que han dado que hablar en muchos sentidos. Un hallazgo de estas características permite identificar con mayor certeza a un fósil vegetal y correlacionar la forma de vida de una planta con el ambiente pasado de una región.

Flor del tomatillo.

El tomate, la berenjena, la papa, el morrón, el tabaco y la “dama de noche”  se agrupan en una familia de plantas que se denomina Solanáceas.

Desde hace tiempo se sabía que el origen de esta familia de plantas habría sido en América, pero se pensaba que había ocurrido en alguna región tropical, hacía no tanto tiempo. Sin embargo,  un grupo de paleobotánicos de Argentina y Estados Unidos, este año (2017) dio a conocer el reciente hallazgo de la flor fósil de un tomatillo (científicamente conocido como Physallis) obtenida en el noroeste de la provincia de Chubut. El tomatillo, similar a un tomate pequeño pero envuelto en unas brácteas verdosas, se cultiva desde el período de los Incas en el Perú. Actualmente también se utiliza en algunas comidas de Colombia y América Central.

El nuevo tomatillo fósil se halló en una región actualmente de estepa árida de Patagonia, en rocas de un yacimiento de unos 50 millones de años de antigüedad; cuando Patagonia respondía a climas tropicales tan húmedos como hoy ocurre en la provincia de Misiones. Esto cambia mucho la historia de este grupo vegetal: las solanáceas se habrían originado mucho antes de lo que hasta ahora habían determinado científicos en base a relojes moleculares (estudios genéticos), pero en lugares tan inhóspitos y raros como en una Patagonia cálida y húmeda.

Este estudio no deja lugar a dudas que la familia del tomate es bien Sudamericana, con un desarrollo de más de 50 millones de años en el continente. También indica que el registro fósil es una de las mejores pruebas para entender la evolución de un grupo vegetal. Careciendo de esas valiosas herramientas, los estudios de la biología no tienen certezas sobre el pasado remoto en la Tierra.

La margarita quiere a Patagonia hace mucho…

La margarita, el girasol, y la mutisia entre muchas otras, se encuentran reunidas todas en una misma familia de plantas denominada Asteráceas. Este nombre, deriva precisamente de su forma de sol o estrella (astro). Si observamos con detalle, cuando vemos una margarita, debemos tener en cuenta que no se trata de una única flor sino de una inflorescencia compuesta por un gran número de diminutas flores dispuestas todas juntas. Por esta característica este grupo de plantas es conocido también como Compuestas.

Las Asteráceas son el grupo de plantas con flor más diverso en la actualidad, con varios miles de especies distribuidas por todos los continentes (con excepción de Antártida). Incluye numerosas especies de importancia económica para la industria alimenticia (aceite de girasol, té de manzanilla, lechuga) y también como ornamental.

<<<Fósil de Raiguenrayun cura, en el Museo Paleontológico de la Ciudad de Bariloche, Provincia Rió Negro.

Hace pocos años un grupo de paleobotánicos argentinos del CONICET, describieron la inflorescencia fósil de una Asterácea, con casi 50 millones de años de antigüedad, procedente de rocas de la zona de Pichileufu (Río Negro). Este fósil fue bautizado con el nombre de Raiguenrayun cura (“flor de piedra” en la lengua Aónikenk). Al momento de su hallazgo, este fósil constituía la evidencia más antigua conocida de este grupo de plantas. Hasta este hallazgo no había registros fósiles suficientes de que el origen de las Asteráceas (del ancestro de todas las margaritas) había tenido lugar en Patagonia. El hallazgo sorprendió a los investigadores del mundo entero, ya que en base a análisis de los genes de plantas actuales (vivientes), se consideraba que el origen de las Asteráceas era mucho más reciente.

La flor fósil de Patagonia se asoció al grupo basal de las plantas de las mutisias y los cardos, evidenciando que estas flores tan bonitas se podían encontrar en Patagonia hace más de 50 millones de años.

Hace un par de años, se descubrió polen fósil de Asteráceas contenido en rocas de algo más de 70 millones de años de antigüedad y procedentes del extremo norte de la Península Antártica. Este nuevo registro dio cuenta que este grupo era aún más antiguo de lo que se sugería. Por otro lado, reforzó la idea de que el origen del grupo tuvo lugar en un área de alta latitud en la Tierra, comprendida entre Península Antártica y Patagonia, para ese entonces aún conectadas. Posiblemente desde allí, los primeros representantes de esta familia se desarrollaron en Sudamérica y migraron primero hacia África y Australia y luego hacia el resto del mundo.

Una extraña flor para la estepa…

Esta semana se ha publicado el hallazgo de una nueva flor fósil para Patagonia, por parte de paleontólogos estadounidenses y argentinos (de CONICET). De hecho, se han encontrado varios ejemplares de flores de la misma planta, confirmando su abundancia en la región. Fueron halladas en rocas de 64 millones de años de antigüedad, cerca de la ciudad de Sarmiento (centro-sur de Chubut). El estudio indicó que se trata de una nueva especie dentro de la familia de plantas de las Rhamnáceas, que consiste en arbustos y árboles que hoy viven en todo el mundo.

De este grupo de plantas, en el centro-norte de Argentina crece el Mistol, pequeño árbol nativo de esa región. En Patagonia hay cerca de una decena de especies; entre ellas el Chacay, arbolito que crece cerca de cursos de agua en la zona cordillerana y la Mata Negra (o Manca Caballo), arbusto que habita en ambientes más áridos. Una planta ornamental  originaria de Asia y muy conocida es la llamada “palito dulce”, cuyos frutos tienen azúcares y son muy codiciados por los pájaros.

Las nuevas flores fósiles de Patagonia poseen sus estambres y pétalos bien preservados y su forma tan bien preservada permitió concluir que se trataba de una nueva especie relacionada con un grupo de plantas que hoy viven en regiones tropicales de Brasil y Oceanía (corroborando una muy antigua conexión a través de los continentes). El nuevo hallazgo fósil constituye uno de los registros más antiguos conocidos para las Rhamnáceas.

<<<Fósil de Rhamnaceae, hallado en la  Formación Salamanca, Chubut.

La edad de esta flor es muy antigua (65 millones de años) y se remonta a un periodo de tiempo inmediatamente posterior a la gran extinción masiva que eliminó más del 70 % de la biota del planeta. De esta forma este grupo de plantas sobrevivió al cataclismo global que ocurrió en la extinción masiva. Muchos otros grupos de plantas y animales no lograron sobrevivirlo, pero esta nueva evidencia fósil de Patagonia es muy importante para conocer los acontecimientos que ocurrieron inmediatamente después de ello.

Una flor en forma de hélice.

Todos conocemos a los famosos “helicópteros” (sámaras) que se desprenden de algunos árboles y vuelan con el viento dispersando sus semillas. Recientemente (año 2017) acaba de darse a conocer los resultados de un estudio realizado por paleobotánicas de Argentina y Estados Unidos, sobre el fósil de una flor madura (en realidad un fruto seco) que, con sus cinco tépalos leñosos a modo de hélice, habría tenido una estrategia similar para dispersar sus semillas. Estos fósiles tienen una antigüedad de 50 millones de años, y fueron  hallados en el noroeste de Chubut.

El fósil corresponde a la familia de las Cunoniáceas, cuya distribución actual incluye Sudamérica y otras regiones distantes del Hemisferio Sur. Algunos representantes actuales de esta familia en Patagonia incluyen la Tiaca y el Tineo que crecen en zonas muy húmedas a ambos lados de la Cordillera de los Andes.

El estudio reveló que el fósil corresponde a un grupo de Cunoniáceas que actualmente crece solo en Oceanía denominado Ceratopetallum (por tener flores con pétalos en forma de astas de ciervo). Este nuevo hallazgo corresponde al registro más antiguo para este grupo y al único registro fósil del mismo fuera de Oceanía. A su vez, es un nuevo aporte a la evidencia de la conexión terrestre entre Patagonia y Oceanía, a través de la península Antártica, para ese momento de tiempo.

El hallazgo de fósiles de flores es una ocurrencia muy fortuita. En Patagonia, las nuevas investigaciones están evidenciando que hay mucho más por descubrir y estudiar. Cada vez que los paleontólogos salimos de trabajo de campo en Patagonia, realizamos nuevos hallazgos que iluminan un poco más nuestro conocimiento del pasado en esta región tan particular.

Ceratopetallum edgardoromeroi, del Eoceno de Chubut. Prensa.

Del ensamble de toda esta información  fue posible deducir que entre 50 a 60 millones de años atrás la Patagonia gozó de climas tropicales y húmedos. Posteriormente tuvo lugar la desconexión terrestre entre Patagonia y Península Antártica lo cual permitió establecer una nueva corriente marina que rodea el continente antártico (incluso hasta nuestros días) y cuyo accionar generó el aislamiento de las temperaturas entre el polo y el ecuador.

Los polos comenzaron a enfriarse y cubrirse de hielo, ayudando al enfriamiento de todo el planeta Tierra. A causa de este proceso, los bosques templados que crecían en Antártida comenzaron a migrar al norte poblando la Patagonia; y aquellas plantas adaptadas a climas cálidos y que previamente crecían en estas tierras (como algunas de las flores de esta nota) migraron hacia los trópicos o directamente se extinguieron en Sudamérica (y hoy solo viven en Oceanía). Es muy interesante saber y tener pruebas de que la Tierra no es tan fija como la vemos y en millones de años los paisajes y conexiones pueden cambiar tan drásticamente.


 

Arrhinolemur scalabrinii, el lémur sin nariz duerme con los peces.

Por Martin Cagliani. mcagliani@gmail.com. La Nación.  Publicado en Paleo. Año XII. Numero 100. Marzo de 2014.

En 1898, el gran científico argentino Florentino Ameghino describió al Arrhinolemur scalabrinii, un cráneo fósil descubierto cerca de la ciudad de Paraná, como un antiguo primate. Hoy resulta que se trataba de un pez.

Arrhinolemur scalabrinii descansa ya con los peces. No estamos haciendo alusión a la famosa frase de El padrino, metáfora válida para indicar que esta especie animal fue asesinada y arrojada al río. Sino que estamos ante un claro ejemplo de cómo funciona la ciencia, no existen las verdades incuestionables, todo puede y debe ponerse en duda, por más que haya sido dicho por la más grande eminencia de la ciencia. El A. scalabrinii comenzó siendo un primate y 114 años después terminó siendo un pez

Para seguir con esta historia, situémonos en tiempo y lugar. La fecha es 1898; el lugar, Argentina. Por esa época, la paleontología, la ciencia de los fósiles, estaba apenas en sus inicios. Recién habían pasado 40 años desde la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin, que había revolucionado la biología y el pensamiento científico en general, al presentar pruebas de que la evolución era un hecho comprobado y comprobable. Así fue que los fósiles pasaron a tener un protagonismo sin igual, porque podían explicar el pasado evolutivo de especies actuales.

Fue en ese año que el paleontólogo argentino Florentino Ameghino describió por primera vez el A. scalabrinii. Para ello sólo contaba con un pequeño fragmento de cráneo descubierto cerca de la ciudad de Paraná, en Entre Ríos. El nombre específico fue en honor al descubridor, Pedro Scalabrini, un coleccionista de fósiles de la vecina ciudad de Corrientes.

Estudiar la evolución de los vertebrados, es decir, los animales con columna vertebral, es un trabajo detectivesco, ya que generalmente los restos fósiles que se descubren son sumamente incompletos, lo que suele complicar la interpretación de a qué especie, género y grupo pertenece el fósil descubierto. Hoy en día existe un registro fósil amplio y, gracias a Internet y a las comunicaciones, se puede recurrir a la comparación con especies vivas y fósiles con relativa facilidad.

En tiempos de Ameghino, uno de los más grandes paleontólogos argentinos, esta ciencia era mucho más complicada. El amigo Florentino notó que el fósil era muy extraño e inusual, y decidió asignarlo a la familia primate de los lemúridos, basándose en un examen superficial del fósil, que permaneció durante mucho tiempo sin ser limpiado. Los fósiles generalmente se recuperan cubiertos de sedimentos, en el campo, para poder limpiarlos y dejar sólo el hueso petrificado a la vista en el laboratorio.

Recientemente, Sergio Bogan y colegas publicaron un estudio en el que describen un nuevo análisis del fósil, y concluyen que no es ni primate ni tampoco pertenece a los mamíferos. Es nada menos que un pez.

Bogan es paleontólogo de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y del Departamento de Ciencias Naturales y Antropología de la Universidad Maimónides. Conversando con él, le preguntamos qué los llevó a revisar ese fósil en particular. “Era todo un desafío –nos dijo–, mi amigo Federico Agnolin (co-autor del artículo) hace años se cruzó con ese curioso espécimen en las colecciones del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, de Buenos Aires, y me dijo: tenés que verlo, tiene dientes, ¿qué será?”

Antes que Bogan, en el año 1945, los paleontólogos Simpson y Mones ya habían comentado que ese cráneo debía ser de un pez y no de un lémur. “Nos movilizaba la duda de qué pez podía ser. Primero revisamos cuidadosamente las publicaciones de Ameghino y nos dimos cuenta de que tenía que ser un pez, y lo primero que se nos ocurrió es que podía ser un pacú (un pez frugívoro que tiene fuertes dientes y que está cercanamente emparentado con las pirañas)”, dice Bogan.

Así fue que se puso en campaña para estudiar el fósil en persona. “Apenas lo saqué de la pequeña cajita que lo contiene, me di cuenta de lo que era realmente, se trataba de un pez de la familia de las actuales bogas (Anostomidae). No tenía ninguna duda, la conformación de las fauces, el tipo de dientes, todo era coherente con ello. Me sentí sumamente emocionado, yo sabía que no se conocían fósiles tan completos de peces de esta familia. Para colmo, ese fósil tenía algo distinto a todas las bogas que conocía, parecía no tener una fontanela (espacio que separa los huesos del cráneo) entre los huesos frontales.” Las bogas son uno de los peces más comunes y abundantes del Río de la Plata, el Paraná y el Uruguay.

¿Por qué es que un paleontólogo tan reputado como Ameghino se equivocó de semejante manera? Bogan nos comenta que “todo hay que verlo desde su contexto histórico: Ameghino era un paleontólogo de primera línea, él fundó las bases de gran parte de la paleontología de nuestro país, en una época fuertemente positivista y donde todo estaba por ser descubierto. Como gran teórico, Florentino desarrolló en miles de páginas sus ideas sobre la evolución de la fauna americana y pensaba fervorosamente en el posible origen sudamericano de muchos grupos de estos mamíferos, incluyendo el mismísimo ser humano”.

“En 1898 –sigue Bogan–, cuando llega a sus manos el fósil en cuestión, Ameghino dice claramente que el ejemplar está muy recubierto de roca y que se puede apreciar muy poco del él, pero por el tipo de dientes que tiene, tiene que ser un primate muy primitivo. No le fue posible distinguir fosas nasales en el fósil, algo que lo llevó a pensar que ciertamente éste era un lémur de lo más raro.

” Un año más tarde, Ameghino logra extraer gran parte del fósil de la matriz rocosa que lo mantenía atrapado y publica nuevamente un artículo científico ampliando la descripción del fósil, pero considerándolo un mamífero bizarro y dejando entrever que ya él mismo ha descubierto que este fósil era raro y que tal vez no fuera en realidad un fósil de lémur.

“A mi entender, Ameghino confundió el fósil de este pez con el de un lémur porque su carga teórica en ese entonces estaba centrada en el estudio de mamíferos y, si usted apreciara la morfología de los dientes de las bogas, se daría cuenta de que son sumamente parecidos a los dientes de algunos mamíferos.

La morfología de los dientes de los anostómidos es incisiforme, similar a los incisivos de un primate. Por ello, el error no es tan descabellado en principio.”

Así fue que un fósil pasó de ser un primate a un pez del que se conocía muy poco. Terminaron cambiándole el nombre. Para que se adecuara más al grupo al que pertenece realmente, lo llamaron Leporimus scalabrinii. En palabras de Bogan, “es el fósil más completo que se conoce de un pez anostómido, representa la única forma extinta conocida en el mundo de esta familia. Creemos que representa un pequeño paso adelante para construir la fragmentaria historia evolutiva de los peces sudamericanos”.


 

Los Ungulados de Sudamérica.

Por Daniel Boh. Titular del Museo Municipal Punta Hermengo de Miramar. museomiramar@gmail.com.

Para los que no lo sepan, los Ungulados son todos los animales con pezuñas, tales como las vacas, caballos, rinocerontes, ciervos, etc. En el continente sudamericano existieron también ungulados muy particulares que se desarrollaron independientemente del resto el mundo durante casi 50 millones de años. Para diferenciarlos se los denomina Notoungulados, siendo “Noto” la palabra usada para definir a animales que viven o vivieron en el sur de un continente.

COMO HIPOPÓTAMOS

Tal como ocurre con muchas especies, la adaptación al medio hace que ciertos animales se parezcan aunque no tengan parentesco entre sí. Esto pasaba con el Toxodonte (Toxodon platensis) , un gran herbívoro parecido al rinoceronte pero con hábitos acuáticos. Su nombre significa “Diente en forma de arco, del Plata” y era un gigantesco habitante de las lagunas y bañados prehistóricos de la llanura pampeana. Tenía casi 5 metros de largo y más de 2 toneladas de peso, soportadas por cortas patas en forma de columna.

El primer hallazgo de Toxodon fue realizado en 1833 por el naturalista inglés Charles Darwin en Colonia del Sacramento, Uruguay. Se lo compró a unos vecinos que lo habían hallado y que lo usaban para tiro al blanco. De este cráneo y de una mandíbula hallada en Bahía Blanca, se basó su compatriota, el sabio Richard Owen, para ponerle nombre.

Sobre estos grandes animales aún se discute si eran de hábitos acuáticos, ya que tienen características como exclusivamente terrestres y también acuáticas.

El tema principal es la posición de la cabeza, la cual, al armar el esqueleto, aparece por debajo de la altura del lomo pero, sus ojos, narices y fosas nasales están en una posición bastante alta.

Algunos investigadores proponen, luego de estudios de biomecánica, que la cabeza debería estar más alta, lo que terminaría por afirmar sus hábitos acuáticos. Por nuestra parte debemos decir que la mayoría de los restos de Toxodon del Museo Municipal Punta Hermengo de nuestra ciudad, han sido hallados en sitios con fuertes evidencias de presencia de agua.

Otra particularidad era la existencia de grandes espinas en sus vértebras a la altura de las paletas, cuya función probablemente era la de sostener una joroba, tal como los actuales camellos, y así acumular grasa para ser usada en los períodos de escasez. Esta es una característica observada en varias especies extinguidas de nuestra zona.

También fueron encontrados restos de estos gigantes con indicios de haber sido cazados por los primeros habitantes de la región, además que su extinción fue bastante “reciente”, o sea unos 8 mil años. En el museo también es posible observar un gran cráneo de este animal, hallado unos kilómetros al sur de Mar del Sud en los años 90.

Otro Notoungulado hallable en nuestra zona es el Mesoterio, un animal del tamaño de una oveja, con dientes similares a roedores y del que el museo sólo posee algunos fragmentos de cráneo.

LOS LIPTOPTERNOS

Estos eran parientes lejanos de los anteriores cuyo nombre significa “tobillos simples” . En la última parte de su evolución existían dos representantes: el Proteroterio, un pequeño animalito similar al caballo, cuyos restos aún no han sido hallados en la provincia de Buenos Aires; y la Macrauquenia (Macrauchenia patachonica), cuyo nombre significa “cuello grande de la Patagonia”. Este último era un animal muy extraño, parte elefante, parte jirafa, parte llama; de gran tamaño y poseedor, según se cree, de una trompa. El primer resto también fue encontrado por Darwin en Puerto San Julián, Santa Cruz, en 1840. El nombre se debe también al mismo científico, Owen, cuyo repertorio de nombres era notable, ya que fue el que creó el término “dinosaurio”, entre otros.

TENÍA TROMPA?

Tal como es de suponer, las partes blandas de un ser vivo se desintegran al morir éste, siendo el esqueleto el único medio para reconstruir su forma en vida, a menos que se encuentre algún indicio, como marcas o impresiones; algo muy raro de preservarse.

Los animales actuales que poseen trompa, tienen las fosas nasales muy altas ( a la altura de los ojos ) y aparecen rugosidades en los huesos, que indican la presencia de fuertes músculos.

En la Macrauchenia es posible observar esto bastante claramente, aunque es posible también que poseyera una especie de “joroba” en su cabeza para mejorar su capacidad olfativa u otra cualidad necesaria en esos tiempos. Ésta característica es también posible observar en animales tan diversos como los antiguos caballos americanos o cierta especie de Gliptodonte, cuya función podría ser la de protegerse del ambiente polvoriento en los períodos secos. De todas maneras la trompa aparece como la más probable. Es posible que estos grandes cuadrúpedos se alimentaran con las hojas y frutos de los antiguos algarrobales de nuestra región, en forma similar a las jirafas actuales.

En el Museo hay algunos restos interesantes de este animal, hallados al sur de Mar del Sud y al norte de Miramar. Tal como podrán apreciar, nuestra región posee una gran riqueza natural, la cual puede ser apreciada en parte, en las salas de nuestro museo. Cuya colección es también consultada por científicos de nuestro país y del extranjero.

Bibliografía recomendada.

Buenos Aires, un millón de años atrás.
Fernando Novas, editorial Siglo XXI, colección Ciencia que ladra… 2006.

Los mamíferos fósiles de Buenos Aires.
Ricardo Pasquiali, Eduardo Tonni,
Universitas, 2004.

Archivo Museo Municipal Punta Hermengo,
www.museodemiramar.com.ar

 

Las Glaciaciones.

 Por Ricardo Pasquali. Universidad CAECE. Departamento de Biología. Universidad Tecnológica Nacional. Facultad Regional Haedo. Departamento de Materias Básicas.  Publicado en Paleolatina (www.paleolatina.com.ar)

Un glaciar es una gran masa de hielo, formada sobre los continentes, que se desplaza por acción de la gravedad. El movimiento de los glaciares generalmente no se evidencia en cortos períodos de tiempo. Sin embargo, a pesar de su lento movimiento, van modificando el paisaje por erosión de los valles. Los glaciares de Alaska y Suiza son de montaña y están confinados en valles que generalmente poseen pendientes pronunciadas. Estos glaciares se llaman alpinos o de montaña. Pero no todos los glaciares están contenidos en valles; algunos consisten de enormes mantos de hielo sobre grandes extensiones continentales, como ocurre en Groenlandia. Estos glaciares se mueven mucho más lentamente que los alpinos. Un glaciar alpino puede avanzar más de 5 metros por día, mientras que los continentales se mueven apenas 2 ó 3 centímetros diarios. Ocasionalmente, un glaciar alpino desarrolla un rápido movimiento, del orden del metro por hora, durante unos meses, produciendo un avance de varios kilómetros en el año.

Los glaciares de montaña se clasifican de la siguiente manera:

  • Glaciares de circo u olla. Ocupan la depresión, en forma de olla, de un circo de montaña. El circo es una depresión de forma semicircular y pendientes pronunciadas.
  • Glaciares de valle. Ocupan un valle previamente existente, formado normalmente por la acción de un río, que es modificado significativamente por el glaciar.
  • Glaciares de pie de monte. Ser forman por la unión de varios glaciares de valle que desembocan al pie de la montaña.

    Los mantos de hielo, como los de Groenlandia y Antártida, cubren enormes extensiones. El de Groenlandia tienen un área de más de 1,7 millones de kilómetros cuadrados y un espesor máximo del hielo de 3000 metros. El manto de hielo de la Antártida cubre unos 13,5 millones de kilómetros cuadrados, con un espesor máximo de 4000 metros en la zona conocida como Polo de la Inaccesibilidad.

    Formación de glaciares

    A elevadas latitudes o a grandes alturas, la precipitación se realiza en forma de nieve, debido a las bajas temperaturas, que se recoge en los neveros por encima de la línea o nivel de nieves perpetuas. En el ecuador el nivel de nieves perpetuas se encuentra a 5500 metros sobre el nivel del mar, mientras que a una latitud de 20 grados sur o norte alcanza su máxima altura a 6000 metros sobre el nivel del mar aproximadamente y luego va descendiendo hacia los polos. Dependiendo de las condiciones meteorológicas locales, la línea de las nieves perpetuas puede alcanzar el nivel del mar a las latitudes de 60 grados sur o norte (para tener una referencia, los círculos polares antártico y ártico se encuentran a latitudes de 66,5 grados sur y norte respectivamente).

    Con adecuadas nevadas y bajas temperaturas veraniegas, los neveros crecen gradualmente en espesor y la nieve experimenta una serie de cambios. La nieve cae en forma de copos, que cambia gradualmente a un agregado de hielo granular redondeado. El tamaño de estos granos es de aproximadamente 1 milímetro y tanto el tamaño como la densidad aumentan con la profundidad en el glaciar. El agua, proporcionada por los cambios diarios de temperatura y por la fusión debida a la presión de la masa de nieve situada encima, se cuela y cristaliza, cementando los granos.

    El espesor de esta capa, donde se forma el hielo granular, es de unos 30 metros. Por debajo de ese nivel la masa se transforma, por compactación y recristalización, en hielo glaciar, que es compacto y de color azul grisáceo.

    A medida que la nieve se acumula en el nevero, su peso comienza a empujar hacia el exterior al hielo en exceso. En las regiones montañosas este excedente se desplaza hacia abajo, a lo largo de los valles formando glaciares en forma de lengua, que avanzan hasta que el aporte de hielo se iguala a las pérdidas por fusión. En las latitudes altas, el hielo puede llegar hasta el mar, llegando a desprenderse icebergs que siguen flotando a la deriva.

    Erosión de los glaciares de valle

    A medida que la lengua de hielo se desplaza hacia el valle se produce la erosión. Entre la base del glaciar y la roca subyacente existe material pétreo formado por granos relativamente pequeños que ejerce una acción abrasiva sobre la roca subyacente, quedando ésta arañada o pulida. A estos arañazos se los conoce como estrías glaciales. Estas estrías permiten conocer la dirección de desplazamiento de glaciares en el pasado.

    Ciertas rocas de baja dureza, como las calizas, pueden recibir un pulimento muy fino por la acción abrasiva de los glaciares, con estrías muy nítidas sobre la superficie pulida. Por posterior erosión, estas estrías pueden desaparecer. En cambio en las rocas duras, como las vetas de cuarzo, se conservan las estrías.

    La primitiva forma de "V" del valle abierto por el río, queda modificada por acción del glacial y toma la forma de "U", con el fondo ancho, típico de los valles erosionados por los costados del glacial.

    La roca quebrantada por el glacial es removida durante su desplazamiento, formándose cuencas pétreas que en ocasiones son ocupadas por lagos, como sucede en la Patagonia.

Glaciares del pasado

Desde hace unos 700 000 años o más, el clima mundial está determinado principalmente por ciclos glaciales. Durante los períodos glaciales el clima fue particularmente riguroso y durante los períodos interglaciales las condiciones fueron más cálidas que en la actualidad.

Durante la parte final del último ciclo glacial, hace unos 20 000 años, los hielos cubrían una tercera parte de la superficie de los continentes, alcanzando un espesor de varios kilómetros en gran parte de América del Norte y de Europa. Además, el nivel de nieves eternas descendió notablemente en cadenas montañosas tales como los Alpes y los Andes. Fue tan grande la transformación de agua en hielo que el nivel del mar bajó más de 100 metros con respecto al actual.

La sucesión de épocas glaciales e interglaciales aparentemente seguiría desarrollándose en el futuro y, por lo tanto, en este momento nos encontraríamos en una época interglacial que se inició hace más de 10 000 años.

Existen evidencias, principalmente geológicas, de glaciaciones a principios del Proterozoico (unos 2200 millones de años atrás en lo que hoy es Canadá) y a fines del mismo, unos 700 a 800 millones antes del presente, que afectó a varios continentes. Hay pruebas en Sudamérica glaciaciones que ocurrieron a fines del Devónico y durante el Carbonífero, períodos de la Era Paleozoica que se extendieron desde hace 410 a 355 millones de años y desde 355 a 290 millones de años respectivamente.

Las causas de los ciclos glaciales

La existencia de las glaciaciones fue deducida por primera vez en 1837 por el biólogo suizo-norteamericano Louis Agassiz, quien descubrió que las glaciaciones de los Alpes se habían expandido en otros tiempos sobre las tierras bajas de los alrededores. Esto lo llevó a sugerir que en un tiempo geológico no muy lejano el clima fue mucho más riguroso que hoy, hipótesis que se vio reforzada por sus estudios en Escocia y los Estados Unidos.

Durante la década de 1860 el escocés James Croll, un científico autodidacto que se desempeñaba como conserje del Andersonian College and Museum de Glasgow, presentó una novedosa teoría para explicar las glaciaciones. Croll resumió el trabajo de toda esa década en su libro El clima y las épocas, y se basó en los cálculos que había realizado el astrónomo francés Urbain Leverrier para predecir las variaciones de la excentricidad de la órbita terrestre.

De acuerdo a Croll, las complicadas interacciones de las fuerzas gravitacionales en el Sistema Solar hacen que la forma de la órbita terrestre cambie en forma regular y previsible, pasando de una forma casi circular a una elipse algo estirada. Para este científico, la órbita circular corresponde a las condiciones cálidas de un período interglacial, mientras que la órbita a un período glacial. Sostenía que si los inviernos eran fríos, la nieve puede acumularse con mayor facilidad y de este modo reflejará la radiación solar incidente y mantendrá a la Tierra fría. Croll pensaba que si durante los inviernos del hemisferio norte la Tierra estaba lejos del Sol –lo que sucede cuando la órbita tiene forma alargada- debería producirse una glaciación.

Entre las décadas de 1920 y 1930, el astrónomo yugoslavo Milutin Milankovitch calculó laboriosamente las variaciones de insolación resultantes de cambios en los movimientos de traslación y de rotación de la Tierra y propuso un mecanismo astronómico para explicar los ciclos glaciales que constaba de tres factores.

El primer factor es la inclinación del eje de rotación terrestre. Actualmente está desviado unos 23,44 grados respecto a la vertical y fluctúa desde 21,5 grados hasta 24,5 grados con un período de 41 000 años. Al aumentar la inclinación resultan más extremas las estaciones en ambos hemisferios, los veranos se hacen más cálidos y los inviernos más duros.

Un segundo factor que acentúa las variaciones estacionales, aunque con menor intensidad, es la forma de la órbita terrestre. Con un período de aproximadamente 100 000 años, la órbita se elonga y acorta, provocando que su elipse sea más excéntrica y luego retorne a una forma más circular. La excentricidad de la órbita terrestre varía desde el 0,5 %, correspondiente a una órbita prácticamente circular, al 6 % en su máxima elongación. Cuando la elipse alcanza su excentricidad máxima se intensifican las estaciones en un hemisferio y se moderan en el otro.

La tercera fluctuación astronómica es la precesión o bamboleo del eje de rotación de la Tierra, que describe una circunferencia completa aproximadamente cada 23 000 años. La precesión determina si el verano en un hemisferio dado cae en un punto de la órbita cercano o lejano al Sol. El efecto que produce es un refuerzo de las estaciones cuando la máxima inclinación del eje terrestre coincide con la máxima distancia al Sol. Cuando esos dos factores se apoyan entre sí en un hemisferio se contraponen en el hemisferio opuesto.

La variación de la excentricidad de la órbita terrestre ejerce un efecto mucho más débil sobre la intensidad de radiación solar que incide en la superficie del planeta que los ciclos cortos, ya que se estima que su contribución directa al cambio de irradiación sobre la Tierra es menor que el 0,1 %, pero sin embargo parecería establecer la frecuencia de las últimas glaciaciones, que es cercana a 100 000 años.

Los ciclos más cortos generalmente se manifiestan en menores oscilaciones de la temperatura, aunque el registro de paleotemperaturas del último millón de años obtenido por Cesare Emiliani sugiere que estos ciclos pudieron modular las glaciaciones en ciertos momentos del Cuaternario.

La contribución clave de Milankovitch fue incorporar una idea del climatólogo alemán Wladimir Köppen en la teoría astronómica, que sugería que lo que conduce a una glaciación es una reducción de la insolación en verano, y no una sucesión de inviernos rigurosos como pensaba Croll, ya que una baja insolación en verano reduciría la fusión de los hielos formados en el invierno.

Los ciclos predichos por la teoría de Milankovitch fueron confirmados experimentalmente en la década de 1960 por Cesare Emiliani, quien estimó paleotemperaturas a partir de la composición isotópica del oxígeno presente en el caparazón de microfósiles del fondo oceánico, en forma de carbonato de calcio.

El método usado por Emiliani se basa en la dependencia de la composición isotópica del oxígeno con la temperatura. El oxígeno se presenta en la naturaleza como una mezcla de tres isótopos, llamados oxígeno 16 (99,762 %), oxígeno 17 (0,038 %) y oxígeno 18 (0,200 %).

El hidrógeno y el carbono naturales también son mezclas de isótopos. El hidrógeno está formado por hidrógeno 1 (99,985 %) e hidrógeno 2 ó deuterio (0,015 %). Un tercer isótopo, el hidrógeno 3 ó tritio, es radiactivo y está presente en una proporción extremadamente baja. Por su parte, el carbono está constituido principalmente por carbono 12 (98,90 %) y carbono 13 (1,10 %). El carbono 14 es radiactivo y su proporción es despreciable, sobre todo en muestras muy antiguas.

La molécula de agua está formada por un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno. Como los átomos de los distintos isótopos de un mismo elemento químico tienen diferentes masas, habrá distintos tipos de moléculas de agua; la más liviana estará formada por un átomo de oxígeno 16 y dos átomos de hidrógeno 1, mientras que la más pesada tendrá un átomo de oxígeno 18 y dos átomos de hidrógeno 2. Las moléculas más livianas son las más veloces para una cierta temperatura y son las que más fácilmente escaparán del líquido para formar parte del vapor. Por lo tanto, cuando se evapora el agua de mar, por ejemplo, el vapor se enriquece en los isótopos de oxígeno y de hidrógeno más livianos, mientras que el líquido lo hace con los isótopos más pesados. Algo similar sucede con el dióxido de carbono, cuya molécula contiene un átomo de carbono y dos de oxígeno.

Si aumenta la temperatura aumenta la evaporación y por lo tanto se incrementa la proporción de los isótopos más pesados en el agua líquida. Debido a que los átomos de oxígeno pueden pasar del agua al dióxido de carbono y a los bicarbonatos disueltos, estos últimos también se enriquecerán en los isótopos más pesados a medida que se incrementa la temperatura. Por lo tanto, si se determina la composición isotópica del oxígeno en muestras originadas en el pasado, se puede conocer la temperatura existente en el momento de su formación. Esto se logra empleando una técnica llamada espectrometría de masa. Emiliani determinó la composición isotópica del oxígeno presente en el carbonato de calcio del caparazón de microfósiles planctónicos y por lo tanto, pudo conocer la temperatura del agua de mar hasta unos 400 mil años atrás.

Hace unos años, un grupo franco-ruso pudo identificar la composición atmosférica durante los períodos de expansión y retroceso de los glaciales en un testigo de hielo antártico en las cercanías de la base Vostok. Este testigo, que medía unos 2000 metros de largo, brindó información que se remonta a los últimos 160 000 años. Investigaciones similares se realizaron en Groenlandia.

Los primeros resultados indican fluctuaciones de temperaturas de hasta 10 grados. En 1997, el equipo de investigadores anunció los nuevos resultados obtenidos al estudiar los testigos de hielo de la base Vostok, que extendieron la información paleoclimática a más de 400 000 años atrás. En el gráfico publicado por estos científicos se observan claramente los ciclos de 23 000, 41 000 y 100 000 años, que corresponden a cuatro ciclos glaciales.

Ciclos de actividad solar

Las manchas solares son zonas oscuras sobre la superficie del Sol, cuyos tamaños pueden superar varias veces al de la Tierra.

En 1843 Heinrich Schwabe, un aficionado a la astronomía, publicó un informe sobre sus observaciones de las manchas solares entre 1826 y 1843. Schwabe advirtió que el número de manchas registradas no era, ni siquiera en promedio, constante a lo largo del tiempo, sino que aumentaba y disminuía de una manera cíclica, siendo máximo aproximadamente cada once años.

En dos publicaciones aparecidas en 1887 y 1889, el astrónomo alemán Gustav Spoerer llamó la atención sobre un período de 70 años, que finalizó aproximadamente en 1716, en el cual hubo una interrupción de los ciclos de manchas solares.

En 1894, Walter Maunder, superintendente de la División Solar del Observatorio Real de Greenwich, realizó una paciente búsqueda de antiguos registros astronómicos que le permitieron confirmar la conclusión a la que había llegado Spoerer. En reconocimiento al esfuerzo que realizó Maunder durante toda su vida por establecer la realidad del período de déficit de manchas solares, a éste se lo conoce actualmente como el Mínimo de Maunder. Se estima que durante este período, conocido también como la Pequeña Edad de Hielo, las temperaturas eran unos 0,5 grados menores que el promedio en los últimos tres siglos.

Este, y otros estudios más recientes, indican que la energía irradiada por el Sol, y por lo tanto la temperatura de la superficie terrestre, se intensifica en los períodos de máxima actividad, manifestada por la aparición de una mayor cantidad de mancas solares.

Factores no astronómicos

Las variaciones climáticas están determinadas, además de los factores astronómicos, por fluctuaciones de la concentración en el aire de gases responsables del efecto invernadero, la actividad volcánica, cambios en las corrientes oceánicas y en la configuración de los continentes.

Estos cambios de los climas produjeron modificaciones en las poblaciones animales y vegetales, a través de la extinción, adaptación y migración de especies. En el estudio de estas modificaciones se basan los métodos biológicos de estimación de las condiciones climáticas y ambientales del pasado.

LECTURAS SUGERIDAS

H. J. DE BLIJ AND PETER O. MULLER. Physical Geography of the Global Environment. John Wiley and Sons, Inc, 1993, páginas 442 a 471.

Wallace Broecker y George Denton. ¿Qué mecanismos gobierna los ciclos glaciales? Investigación y Ciencia, número 162, marzo de 1990, páginas 49 a 57.

Curt Covey. Órbita terrestre y períodos glaciales. Investigación y Ciencia, número 91, abril de 1984, páginas 30 a 39.

John Eddy. The Maunder Minimum. Science, volumen 192, número 4245, 18 de junio de 1976, páginas 1189 a 1202.

Peter Foukal. The Variable Sun. Scientific American, volumen 262, número 2, febrero de 1990, páginas 26 a 33.

Richard Houghton y George Woodwell. Cambio climático global. Investigación y Ciencia, número 153, junio de 1989, páginas 8 a 17.

H. H. Read y Janet Watson. Introducción a la Geología. Editorial Alhambra, 1973, España.

Humberto Ricciardi. Cambio Global. Academia Nacional de Geografía. Publicación especial Nº 10. Buenos Aires, 1995.

George Woodwell. La cuestión del dióxido de carbono. Investigación y Ciencia, número 18, marzo de 1978, páginas 16 a 26.

 


De donde Venían estos Animales.

 Autor: Ricardo Pasquali. Universidad CAECE. Publicado en Paleolatina (www.paleolatina.com.ar). Imágenes ilustrativas del archivo de PaleoArgentina Web.

En la década de 1950, el paleontólogo norteamericano George Gaylord Simpson fue el primero en señalar que la historia de los mamíferos sudamericanos mostraba episodios más claros que los otros continentes.

Simpson reconoció que estos episodios eran comparativamente pocos, pero claramente diferenciados. En todos los casos estos episodios fueron marcados por la inmigración de grupos que influenciaron muy trascendentalmente su historia.

Para este investigador hubo tres acontecimientos inmigratorios fácilmente reconocibles que denominó estratos faunísticos. Los tres estratos faunísticos fueron denominados por Simpson el de los viejos inmigrantes, el de los viejos saltadores de islas y finalmente el de los últimos saltadores de islas y últimos inmigrantes.

Simpson postulaba que a la llegada de los viejos inmigrantes, durante el Paleoceno temprano, el continente sudamericano estaba desprovisto de mamíferos. Sin embargo, el hallazgo de mamíferos cretácicos demostró que ese postulado no era correcto. Sudamérica tuvo representantes nativos derivados de grupos pangeicos, con algunos sobrevivientes en el Paleoceno más temprano. Entre esos raros sobrevivientes se encuentra un grupo de monotremas emparentados con los ornitorrincos, que es originario e inmigrante de Australia, y un mamífero primitivo perteneciente a un grupo, el de los gondwanaterios, que sería hermano de los multituberculados que vivieron en el supercontinente de Laurasia.

Los viejos inmigrantes llegaron a América del Sur a comienzos del Paleoceno, momento en que quedó convertida en un continente isla y se inició su más severo aislamiento. A pesar de este aislamiento, hay evidencias que sugieren que hasta hace unos 35 millones de años había cierta conexión archipielágica con Antártida.

Entre los viejos inmigrantes provenientes de Laurasia estaban los marsupiales. Estos mamíferos no placentarios posiblemente pasaron de América del Norte a Sudamérica a través de una cadena transitoria de islas que apareció en el Caribe a fines del Cretácico. A través de la Antártida, los marsupiales habrían llegado a Australia donde adquirieron una extraordinaria diversidad.

Otros grupos de viejos inmigrantes laurásicos eran los condilartros, unos ungulados primitivos cercanos a los ancestros de todos los demás ungulados; los leptícidos, un primitivo grupo de mamíferos parecidos a las musarañas; y los pantodontos, ungulados de clasificación no del todo clara.

Los edentados, representados actualmente por los armadillos, los osos hormiguero y mielero y los perezosos, también formaban parte de los viejos inmigrantes y su lugar de origen parece haber sido una de las masas continentales de Gondwana distinta a la que formaría Sudamérica.

El segundo estrato faunístico a que hacía referencia Simpson es el de los viejos saltadores de islas, que termina con el mayor aislamiento del continente sudamericano. Estaba integrado por roedores y primates provenientes de África a través de una ruta de azar. Estos inmigrantes llegaron a Sudamérica a fines del Eoceno y principios del Oligoceno, pasando de isla en isla en balsas naturales, como camalotes, ramas y troncos de árboles arrastrados por las corrientes marinas a través del Atlántico Sur.

La conexión archipielágica con el Caribe que se estableció hace unos 18 millones de años, durante el Mioceno temprano, quedó evidenciada por el hallazgo de un perezoso terrestre en Cuba. Este animal provenía de América del Sur y pertenecía al grupo de los edentados megaloníquidos.

La presencia de una nueva conexión archipielágica dio comienzo diez millones de años más tarde a un intercambio faunístico americano, cuyos protagonistas fueron los integrantes del tercer estrato faunístico de Simpson, los nuevos saltadores de islas. A Sudamérica ingresaron mapaches norteamericanos –los primeros carnívoros placentarios que tuvo Sudamérica– y emigraron perezosos terrestres.

Muy lentamente y por acción de la deriva continental, la distancia entre ambas Américas se acortaba algunos centímetros cada año. Finalmente, en el Plioceno se producía la unión de esas dos masas continentales a través del istmo de Panamá, dando origen a América como un continente único y al llamado Gran Intercambio Faunístico Americano.

Los registros de mamíferos más antiguos del Gran Intercambio Faunístico Americano provienen de sedimentos depositados hace unos tres millones de años. A Sudamérica ingresaron en forma masiva mamíferos, como mastodontes y caballos, que no dejaron descendencia, y pecaríes, tapires, camélidos, ciervos, conejos, ratones, ardillas, cánidos y félidos emparentados con formas actuales. Para América del Norte emigraron principalmente edentados.

Fue el sabio argentino Florentino Ameghino quien realizó la primera descripción con detalles este proceso de intercambio faunístico, en su sinopsis de 1910 de Geología, Paleogeografía, Paleontología, Antropología de la República Argentina.

 


Ciencia y Fraude: El Hombre de Miramar.

Por Eduardo Tonni, Ricardo Pasquali y Mariano Bond. Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata - Universidad Tecnológica Nacional. Fragmento del articulo publicado en la revista Ciencia Hoy, Mayo 2001. Imágenes ilustrativas del archivo de PaleoArgentina Web.

No mucho tiempo después que se comenzaran las investigaciones paleontropologicas en África, se comenzaron a encontrar antiguos restos humanos en los alrededores de Miramar, en el sur de la provincia de Buenos Aires. El autor de esos hallazgos era un inmigrante genovés radicado en Necochea llamado Lorenzo Parodi. En septiembre de 1912, las autoridades de la universidad de La Plata preguntaron a Luis María Torres, profesor de esa casa, si durante las vacaciones convenía realizar tareas de campo. Este contestó afirmativamente e indicó que, por la posibilidad de lograr ricas y numerosas colecciones antropológicas y observaciones estratigráficas, sería oportuno hacerlo en Miramar, Monte Hermoso y Valcheta. Con Torres colaboraba el jefe de paleontología del Museo Nacional de Buenos Aires (actual Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia), Carlos Ameghino, hermano de Florentino e interesado en continuar los trabajos de este sobre la antigüedad del hombre en la Argentina.

Las labores de campo tuvieron lugar en Miramar en el verano de 1912-1913. Contaron con el apoyo de Ángel Gallardo, desde hacía poco director del Museo Nacional. Gallardo y Ameghino contrataron a Parodi para que reiniciara trabajos de exploración de la costa atlántica, que ya había realizado para F. Ameghino y que habían arrojado varios descubrimientos. Le ofrecieron un sueldo mensual de 200 pesos moneda nacional, el 70% del de los encargados de las colecciones de entomología, botánica y arqueología del museo de Buenos Aires. En 1914, por invitación de Torres y C. Ameghino, una comisión científica viajó a Miramar para inspeccionar los sitios donde Parodi había hecho sus descubrimientos. La integraban Santiago Roth, jefe de paleontología del museo de La Plata y director de geología y minas de la provincia; Lutz Witte, geólogo de la dirección de geología y minas; Walter Schiller, jefe de mineralogía de dicho museo, y colaborador de la dirección nacional de minas y geología, y Moisés Kantor, jefe de geología del mismo museo.

La comisión debía ocuparse de dos cuestiones: (a) determinar si los objetos encontrados lo fueron en posición de yacimiento primario, es decir, si habían sido cubiertos en el tiempo en que se depositaron las respectivas capas, o si existía alguna razón para pensar que hubiesen sido enterrados en tiempos posteriores a la formación de los depósitos; (b) establecer la posición estratigráfica de las capas en las que se hallaron los objetos. El primer sitio que inspeccionó se encontraba a unos 5km al nordeste de Miramar, en dirección a Mar del Plata, en la barranca costera; allí halló varios artefactos líticos, entre ellos una bola de boleadora y un cuchillo de sílex. Las piezas indicaron que el hombre habitaba el sur de la provincia de Buenos Aires desde, por lo menos, dos millones de años atrás. Los expertos concluyeron que no había motivo para suponer que [los objetos hallados] hubiesen sido enterrados [...] en tiempo posterior a la formación de la capa; que se encontraban en posición primaria y que por lo tanto deben considerarse como objetos de la industria humana, contemporáneos al piso geológico en que se hallaron depositados.

En 1918 C. Ameghino publicó un artículo en la revista Physis en el que planteó algunas dudas. Expresó que Parodi había descubierto los yacimientos y asimismo hallado todas las piezas. Se refirió a un nuevo yacimiento encontrado en 1917, en las proximidades de punta Hermengo, con una antigüedad de entre quinientos mil y algo más de 1,8 millones de años. Los materiales que contenía estaban en sus estratos superiores, de hace entre 8000 y 130.000 años. Entre los objetos, en su mayoría de hueso, había bolas de boleadora muy toscas pero semejantes a más recientes de piedra, con un surco medio para sujetarles tientos. También había unos “cuchillos” (raederas) de piedra cuarcita semejantes a los pampeanos de hace unos 1400 años, sumamente frecuentes en yacimientos de superficie en los médanos de la costa atlántica. En un área que luego se conocería en la literatura como barranca Parodi, un sector de los acantilados costeros ubicado unos 4,5km al norte de la desembocadura del arroyo Durazno, en el éjido urbano de Miramar, se encontró un famoso fémur de mamífero extinto (de un toxodonte) con un proyectil de piedra incrustado.

Varios detalles condujeron a la sospecha de fraude. Milcíades Vignati, en “Descripción de los molares humanos fósiles de Miramar”, artículo publicado en 1941 en la revista del museo de La Plata (nueva serie, 1, 8:271-358) señaló: En general no se han encontrado esquirlas provenientes de talla, ni tampoco núcleos [...] Sin embargo ha sido relativamente frecuente hallar percutores. Se podría pensar que alguien se tomó la precaución de enterrar, no todos los restos de un taller, tan frecuentes en superficie, sino solo piezas que, por su volumen, podían ser fácilmente encontradas. Vignati también observó que junto a piezas monofaciales de cuarcita se encontraron objetos (como bolas de boleadoras) trabajados a la martellina hasta llegar a [estar] finamente pulidos. Tales bolas de boleadoras, acotó, no se diferencian de las que usaron los indígenas y gauchos de las llanuras argentinas. Los instrumentos de hueso hallados en el lugar consistían en fragmentos con un extremo pulido. A pesar de ello, Vignati sostuvo que los testimonios de los hombres de ciencia que presenciaron la extracción de los objetos excluyen toda duda.

Sin embargo, el geólogo Guido Bonarelli, que también visitó el área, dijo que esos objetos no están en posición primaria, como además de otras razones lo prueba la igualdad de esa industria con la que se encuentra en los paraderos superficiales de la misma región (Physis, 4:339, 1918). Agregó que piezas extraídas en su presencia acusaban con la mayor evidencia, haber sido incrustados en dicho terreno, forzándolas en agujeros previamente preparados (Physis, 7:277-398, 1924). Uno de los mayores críticos de las teorías de F. Ameghino sobre la antigüedad del hombre en la Argentina y, por lo tanto, también de la difusión de estas ideas que realizaba su hermano Carlos, fue el sacerdote José María Blanco. En un artículo publicado en Estudios (“Las bolas de Parodi, ¿serán bolas?”, 22:31-35, 1921), calificó a los hallazgos de farsa y mistificación, y exigió que la comunidad científica tomara posición en el asunto. Al poco tiempo, el arqueólogo sueco Eric Boman, encargado de la colección de arqueología en el Museo Nacional, publicó en la Revista Chilena de Historia y Geografía el trabajo “Los vestigios de industria humana encontrados en Miramar y atribuidos a la época terciaria” (39:330-352, 1921), en el que criticó los hallazgos de industria humana realizados a partir de 1913 en los estratos terciarios de Miramar. Boman relató un episodio que le había contado Bonarelli, sucedido cuando este examinaba las barrancas de Miramar acompañado por Parodi. Habían encontrado un sílex cuyo extremo posterior afloraba en la pared de la barranca. Bonarelli se puso a excavar la pieza con las manos y advirtió que estaba rota por el medio, con la fractura completamente fresca. Poco tiempo después viajó Parodi a Buenos Aires y Boman lo interrogó sobre el asunto delante de C. Ameghino. Explicó que, en efecto, había encontrado el sílex muy saliente de la barranca y que lo hizo entrar más, con un golpe, pues temía que alguna marejada fuerte lo desprendiera del lugar donde estaba incrustado. Otro geólogo, Moisés Kantor, firmante del acta que convalidó los hallazgos, cambió de parecer y manifestó hoy tengo mis dudas al respecto.

En la nota publicada en Chile, Boman escribió: No tengo ningún motivo personal para dudar de la honestidad de Parodi pero, generalmente hablando, la intervención en descubrimientos de esta clase de una persona de sus condiciones, a la que es imposible que guíen intereses científicos, sino solamente los intereses pecuniarios y la conservación del empleo, no puede sino infundir sospechas de una superchería posible. En cuanto a la cuestión de dónde se podía conseguir los objetos [...], es este un problema de fácil solución: a una legua de los hallazgos existe un “paradero” de indios, superficial y a toda vista relativamente moderno –tal vez de cuatro o cinco siglos de edad– donde abundan objetos idénticos a los encontrados.

Sin embargo, ciertos estudiosos, como Joaquín Frenguelli, aceptaron desde los comienzos la veracidad de los hallazgos, aun reconociendo determinados hechos que parecían apuntar en el sentido contrario, como las bolas de boleadoras pulidas y con surco ecuatorial, que parecían haber sido talladas mediante un recurso que, en Europa, recién aplicaron más ampliamente los neolíticos.

En el acta de constatación que levantó y firmó la mencionada comisión constituida por Kantor, Roth, Witte y Schiller –invitada al sitio de Miramar por C. Ameghino y Torres–, también se pueden encontrar algunas pistas. Sobre el yacimiento Barranca Parodi escribieron los nombrados: la piedra redonda en forma de boleadora, que fue sacada en la presencia de la comisión, no presenta ninguna señal de haber sido trabajada por el hombre. Y luego: El cuchillo de sílex estaba desprendido de la tierra, pero se conocía el sitio donde había estado colocado. Y más adelante: Cavando para destapar los huesos, se descubrió [...] en presencia de la comisión, otra piedra redonda asociada a restos fósiles. En suma, constató una piedra sin signos de trabajo, un cuchillo de sílex cuya procedencia se ignoraba y, cuando hizo excavar para destapar restos fósiles (cosa que no era su cometido), dio con una piedra redonda asociada a restos fósiles. Años después, Kantor pretendió desvincularse de lo que firmó.

En 1923, C. Ameghino se alejó por razones de salud del museo de Buenos Aires, del que en ese momento era director interino, además de jefe de paleontología. El año siguiente, cuando era director del museo Martín Doello Jurado, Parodi fue trasladado a Buenos Aires, donde siguió como empleado de la institución hasta su muerte. Los frecuentes hallazgos de Miramar se dejaron de producir.

 Los acantilados de la costa atlántica continuaron siendo escenario de recorridos por parte de numerosos investigadores y coleccionistas aficionados, tanto del país como del extranjero, pero no se encontraron más artefactos, excepto algunos de índole dudosa aparecidos en la década de 1930.

La evidencia que se tiene en este momento, resumida en los párrafos precedentes, inclina a pensar que los curiosos hallazgos de Miramar, en sedimentos de gran antigüedad, constituyeron otro caso de fraude científico. No se tiene certeza, sin embargo, acerca de su autor o autores. ¿Fue Parodi el responsable? ¿O alguien le jugó una broma, como era común, por otra parte, en el medio rural en la época? Quizá nunca lo sepamos, de la misma forma que no sabemos si Dawson ideó el fraude de Piltdown o fue él mismo engañado.

Es curioso que el fraude no hubiese sido descubierto en seguida. Más aún, que personalidades como Frenguelli o Vignati defendieran el valor científico de los hallazgos. En esto seguramente influyó la actitud de triunfalismo nacionalista que imperaba en la Argentina en las primeras décadas del siglo XX, como lo pusieron en evidencia los festejos de 1910. Tanto la literatura como la ciencia estaban entonces envueltas en un clima de fervor patriótico, que llevaba a celebrar con satisfacción las hipótesis de F. Ameghino acerca del origen sudamericano de diversos linajes de mamíferos, incluido el hombre. Como si se tratara de una gesta guerrera o de dirimir superioridad deportiva, causaba satisfacción la elaboración de Ameghino, que se veía como la merecida respuesta a la incipiente teoría holarticista, difundida a partir de 1915 por el paleontólogo canadiense William Diller Matthew, según la cual los linajes de animales y vegetales se originaron en el hemisferio norte y se dispersaron desde allí a un hemisferio sur vacío. No es de extrañar, entonces, que los hallazgos de Parodi hayan sido aceptados sin mayor análisis crítico.

Hoy el asunto se ha olvidado. Los investigadores actuales no parecen estar interesados en él. Desapareció de la exhibición pública en el museo de Ciencias Naturales. A diferencia del caso Piltdown, acerca del cual los académicos siguen discutiendo y procurando despejar las dudas, el hombre de Miramar fue escondido y olvidado. ¿Será por vergüenza? ¿O por no perjudicar a figuras sagradas de la ciencia local? Pero, como en muchas otras actividades, la actitud del avestruz no es la mejor política, ni contribuye al crecimiento científico y cultural del país.

Agradecimientos

Los autores agradecen la colaboración de Roberto R. Romero y Rubén Oscar Gayol, secretario general y jefe del departamento de Despacho y Archivo, respectivamente, del Museo Argentino de Ciencias Naturales.

Lecturas sugeridas

DAINO, L., 1979, “Exégesis histórica de los hallazgos arqueológicos de la costa atlántica bonaerense”, Prehistoria Bonaerense, 95-195.

MILLAR, R., 1998, The Piltown Mystery. The story of the World´s Greatest Archaeological Hoax, Sb Publication, Seaford.

SPENCER, F., 1990, Piltdown. A Scientific Forgery, Oxford University Press, London.


Los rastros de los animales tras las huellas de lo que existió y no vemos.

Por Ari Iglesias. Investigador de CONICET, con tema principal en Paleobotánica. Se desempeña en INIBIOMA (Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente). Profesor en la Universidad Nacional del Comahue con sede en Bariloche. ari_iglesias@yahoo.com.ar. Publicado originalmente en: anbariloche.com.ar. Reproducido y adaptado para grupopaleo.com.ar.

Los fósiles que desconocemos y que vemos bastante seguido. Se trata de pisadas, huellas, caminos y hasta perforaciones en los sedimentos como cuevas y túneles.

Existen muchos tipos de fósiles. Los hay de gigantes huesos y troncos petrificados, pequeños insectos atrapados en ámbar, hojas y flores comprimidas dentro de los sedimentos, y delicadas valvas de moluscos finamente cristalizadas. Pero hay un grupo de fósiles que son mucho más común de los que pensamos, prácticamente caminamos sobre ellos todo el tiempo y no nos percatamos de ellos. Son denominados icnitas, palabra derivada del griego icnos= impresión. Corresponden a las marcas de la evidencia de vida en el pasado. Son pisadas, huellas, caminos o hasta perforaciones en los sedimentos como cuevas, túneles y hasta las marcas de las propias raíces en los sedimentos. Estos fósiles son tan informativos en las rocas del pasado que han sido desarrollados por una rama entera dentro de la paleontología, denominada "icnología".

En Argentina existen muchos investigadores que se han dedicado a la icnología y son conocidos internacionalmente por sus estudios. En Patagonia existen considerables yacimientos fósiles de excepcional preservación de huellas fósiles. Las hay de fondos marinos, de pantanos barrosos y sobre arenas y arcillas de muy variadas edades y ambientes.

Uno de los lugares más impactantes se encuentra en Villa El Chocón y Picún Leufú, allí gigantescas huellas de varios tipos de dinosaurios han quedado marcadas en rocas que otros tiempos fueran playas de barro en los márgenes de una gran laguna somera de 100 millones de años (Periodo Cretácico). Algunas huellas alcanzan los 70 centímetros de diámetro. Pero lo más impactante de ellas es que se preservan una tras otra preservando el camino completo (denominado track), pudiendo ser seguidas por más de decenas de metros y de esta forma conocer sobre el tamaño de la zancada, la velocidad y el modo de desplazamiento.

Se han reconocido tres tipos diferentes de huellas de dinosaurios que fueron identificadas como pertenecientes a un saurópodo titanosaurido de tamaño mediano, un terópodo carnosaurio de gran talla y el de terópodos celurosaurios pequeños.

La de los saurópodos, característicamente con una pisada en forma de gran elipse correspondiente al pie, mientras que la mano en forma de medialuna acompaña la huella con una media luna de menor tamaño. Los dinosaurios terópodos (su nombre quiere decir del griego: "pie grande"), se apoyan sobre sus dedos (lo que se denomina digitígrados) de los cuales solo tienen tres. Al ser bípedos, solo dejan marcas de sus pies, una a cada lado del eje de dirección. Las marcas que dejan son parecidas a las de las aves, pero mucho más grandes !. Es muy recomendable hacer una visita al Museo de Villa El Chocón y conocer las huellas en la costa del Lago Ezequiel Ramos Mexía.

En Río Negro son famosas las huellas de unos de los reptiles más antiguos que se conocen. En la localidad de Los Menucos (sobre la Línea Sur), son conocidas las canteras para piedra laja. De allí son la mayoría de las lajas que fueron utilizadas para la construcción de la Costanera de Bariloche. Esas lajas preservan las huellas de varios reptiles que vivieron en Patagonia hace 200 millones de años (Período Triásico). Se trata de pequeñas huellas de hasta 8 cm de diámetro pero que también preservan largos caminos (tracks) de varios metros de largo. Hoy es posible encontrar muchos de estos fósiles caminando por las veredas de la ciudad de Bariloche. Algunas huellas preservan la marca de sus dedos y característicamente se sobre impone el pie sobre la mano, denotando su neto andar cuadrúpedo (al retirar la mano, el pie se adelanta y pisa en donde dejó la huella la mano).

Esas huellas fueron denominadas como Calibarichnus por el paleontólogo argentino Casamiquela. Los investigadores reconocieron que estas huellan deben haber sido producidas por reptiles plantígrados (que apoyan toda la palma), con importantes garras tanto en la mano como en el pie. Muy probablemente correspondieran a un grupo de antiguos reptiles denominados "reptiles mamiferoides" o reptiles Terápsidos. Casamiquela trabajó mucho con estos fósiles y varios de ellos pueden ser vistos en el Museo de Jacobacci o en el Museo Paleontológico Bariloche.

Otras huellas muy comunes de hallar en estas, son unas pequeñas marcas elipsoidales que se muestran de a dos en dos a lo largo del camino. Casamiquela las denominó Gallegosichnus, y muy probablemente fueran también antiguos reptiles terápsidos. Otras huellas conocidas en la localidad de Los Menucos , han sido adjudicadas a reptiles dicinodontes y a esphenodontes (tatuaras o camaleones). Es muy probable que los barilochenses y turistas las hallan visto en sus caminatas por la costanera, luego de leer este artículo, seguramente las verán con mayor atención.

En las costas de la Provincia de Buenos Aires se han descubierto las huellas de grandes mamíferos que poblaron las antiguas pampas de toda América del Sur y llegando a vivir en Bariloche. En el balneario de  Pehuen Co, se hallaron miles de huellas en un sedimento barroso de 12.000 años. En esas rocas han quedado las huellas de animales extintos (mastodontes, macrauquenias, gliptodontes, osos, etc.) que convivieron con organismos que sobrevivieron hasta la actualidad (flamencos, y otras aves, pumas, ciervos, guanacos, etc.). De esta forma fue posible reconstruir gran parte de la biota que existió para ese tiempo en las costas de Argentina, tan solo por los fósiles de las huellas de los mismos. Por su tamaño y la preservación excepcional, llama mucho la atención en este yacimiento fósil, las huellas de Scelidotherium un "oso perezoso" similar al Megatherio o al Mylodon que se también se hallaron en Patagonia. Los osos perezosos gigantes fueron muy numerosos antes de la llegada del hombre primitivo a América del Sur. Este año fue noticia el hallazgo de una nueva huella en la localidad de Miramar, que se trata de un gran felino, probablemente correspondiente a el gran "dientes de sable".

No todos las huellas fósiles son gigantes, o solo posibles de ver cuando se retira gran cantidad de muestras de rocas o lajas. Todas las rocas sedimentarias se formaron en la superficie de la Tierra, y de una u otra manera estuvieron expuestas a la actividad de los organismos por mucho tiempo hasta que se consolidaron y transformaron en rocas duras. Por esto mismo es que es muy frecuente reconocer marcas y huellas de organismos en las muestras de rocas de sedimentos del pasado.

Si no es por el paso de un organismo por la superficie que altera la disposición de los granos del sedimento, por más pequeño que sea, posteriormente los organismos del suelo y las raíces de las plantas dejan las marcas de su paso por dentro.

Las icnitas (huellas) en sedimentos de fondos marinos son muy útiles para entender varios de los fenómenos que pasan debajo del agua y que, al nosotros estar mayormente fuera de ella, desconocemos. Muchos organismos acuáticos tienen cuerpos blandos, por lo que no presentan estructuras viables de preservarse en el registro fósil. Pero, las marcas que dejan en los sedimentos pueden perdurar por días, meses y hasta años sobre el sustrato sin ser borradas. Si estas son sepultadas, entonces se preservan en el registro geológico. Los geólogos y sedimentólogos utilizan esta información para saber la intensidad de la actividad de los organismos en los fondos de mares pasados y de esta forma estimar la productividad orgánica y saber si es que puede haberse preservado como hidrocarburos (petróleo).

El estudio de las huellas fósiles, es muy parecido a las técnicas detectivescas utilizadas en ciencia forense, y realmente han ocurrido interesantes descubrimientos de un lado y otro producto de la interrelación de estas ciencias, aparentemente tan disímiles.

Una de las huellas más comunes de hallar en rocas de sedimentos marinos muy antiguos, fue denominado Cruziana. Corresponden a huellas de track (camino) de los trilobites, unos artrópodos que se extinguieron a fines del Paleozoico (hace 250 millones de años).

Ellos, con sus numerosas patas generaban dos surcos como el de las ruedas de un auto, el cual quedaba marcado con numerosas rayas producto del movimiento de sus patas.

Muchas huellas aún quedan por descubrir su productor. Une ejemplo de huellas marinas es denominada Orchesteropus. Se sabe que fue un organismo marino que habitó los fondos marinos de gran profundidad que ocurrieron en Mendoza y San Juan durante el Carbonífero (300 millones de años). En ese momento, las entradas marinas en esas provincias eran fiordos, y la Argentina se encintraba en una posición muy próxima al Polo Sur (muy diferente a la actual). Las huellas de Orchesteropus se usan como indicadores de edad y de ambientes, pero nunca se encontró el organismo como para conocerlo. Las marcas son de numerosas patitas con tres setas o "dedos" y se habría desplazado realizando saltos por los fondos fangosos marinos, dejando rastros de las caídas con sus patas. En base a la forma de sus patas y el andar se interpreta como similar a un cangrejo-cacerola.


 

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